26 julio 2021
- Nuevamente se nos advierte de que la exterminación de nuestro mundo es algo más qwe real. Ahora es el suelo helado ruso es que nos advierte, una vez más de ello. Rusia se hunde.
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EL PERMAFROST:
EL “SUELO CONGELADO ETERNO” DE SIBERIA SE DERRITE
MARÍA R. SAHUQUILLO
BATAGAI (SAJÁ-YAKUTIA)
25 JUL 2021 - 10:11 CEST
En Sajá-Yakutia, asentada casi por completo sobre permagel, los efectos del calentamiento global cambian radicalmente el paisaje y la vida cotidiana. La degradación de la capa helada provoca la inestabilidad del terreno y libera más gases de efecto invernadero, lo que acelera el cambio climático. En esta remota región rusa arranca esta serie de reportajes semanales sobre la huella del calor en el mundo
Con pasos certeros, Erel Struchkov sortea las estrías de arena y los torcidos matorrales en la pronunciada pendiente del cráter Batagaika. Hace tres lustros que bajó por primera vez al fondo de la megadepresión, la mayor creada por deshielo de permafrost del planeta. En su pueblo, Batagai, a unos 50 intransitables kilómetros del gran agujero, se rumoreaba que en verano, cuando desaparece la gruesa capa de nieve y hielo que lo recubre todo en una zona de Siberia que alcanza fácilmente los 50 grados negativos en invierno, se podían hallar en el fondo preciados colmillos de marfil de mamut y grandes huesos prehistóricos, que habían permanecido congelados durante siglos y que comenzaban a aflorar con el deshielo de aquel suelo antiguo. “Apenas hace falta aguzar el oído para sentir el quejido de la tierra”, susurra Struchkov, de 35 años, hoy convertido en guía científico del área.
El crujido es constante, casi musical. Hasta que el calor cada vez más agudo y sostenido de julio hace burbujear las gélidas paredes del cráter, que liberan de sus brillantes vetas, como con un disparo, pedazos de roca y losas hielo viejo, ampliando la enorme cicatriz en la tierra. El calentamiento global tiene consecuencias devastadoras en todo el planeta. Y el llamativo boquete, cuyo suelo de permafrost abarca hasta 650.000 años —el más antiguo de Eurasia, según los estudios—, es un indicador de lo que sucede en todo el mundo. Y representa la especial vulnerabilidad del Ártico, un territorio donde las temperaturas se han disparado hasta dos y tres veces más rápido que el promedio mundial durante los últimos 30 años, señala Anna Kurbatova, profesora de Ecología de la Universidad RUDN.
Una cueva excavada bajo el Instituto Melnikov Permafrost permite a los científicos estudiar el comportamiento del suelo congelado. M.R.S.
En Verjoyanks llegó a haber un aeropuerto pequeño, ahora aunque mantiene el estatus de ‘ciudad’ solo tiene un millar de habitantes. M.R.S.
En Churapcha, en Sajá-Yakutia, Siberia, Rusia, el terreno se ha abomado en forma de montículos o verrugas por efecto del descongelamiento del Permafrost. N. BASHARIN – Instituto Melnikov Permafrost.Cuando en las calles de Yakutsk hace casi 30 grados, en el interior de la cueva bajo el Instituto Melnikov Permafrost se registran -8 grados.
También visibiliza el impacto del deshielo del permafrost (que también se localiza en gran cantidad bajo Alaska, partes de Canadá o Escandinavia) en Rusia, donde hasta 170 variedades de ese suelo congelado de diferentes temperaturas, contenido de hielo y hasta 1,5 kilómetros de profundidad cubren dos tercios del país, precisa Alexander Fedorov, del Instituto Melnikov Permafrost de Yakutsk. Y especialmente en Sajá-Yakutia, una colosal región, tan grande como media Europa y que si fuera un país sería el octavo del mundo en extensión, que está asentada casi por completo sobre hielo subterráneo (también llamado permagel). Un territorio remoto del noreste de Siberia, conocido por sus durísimos Gulag desde la época zarista y sobre todo durante el estalinismo, en el que hoy viven menos de un millón de personas y cuya espléndida riqueza en diamantes, oro y otros recursos naturales no se traduce sin embargo en infraestructuras y desarrollo para la región.
El pensamiento, vida y economía de Sajá-Yakutia, una de las zonas pobladas más frías del planeta, han estado asociados durante siglos con el permafrost estable. “Su deshielo y el fenómeno de desertificación del territorio están cambiando a pasos agigantados la sociedad, las infraestructuras y la estructura agrícola”, expone la experta Kurbatova. Y también la orografía de la estratégica región: propicia graves inundaciones, cubre el territorio de lagos y pantanos, alimenta los cada vez más devastadores incendios que devoran sus bosques o desencadena nuevos y profundos cráteres. Además, conforme ese suelo helado se derrite, bacterias y material orgánico congelados en él durante mucho tiempo se descomponen y provocan la liberación de gases de efecto invernadero. Y esto, a su vez, acelera el cambio climático. Un círculo vicioso.
Durante décadas, el cráter Batagaika se ampliaba en unos 10 metros al año. Desde 2016 crece casi 16 metros, según un denso estudio de la Universidad de Potsdam (Alemania). Hoy, el enorme boquete en las tierras altas del río Yana se asemeja desde el cielo a una mantarraya. O a un espermatozoide, bromea Erel Struchkov. Uno gigante, con la cabeza de un kilómetro de ancho, 2,5 kilómetros de largo y una oquedad rugosa de hasta 100 metros. En sus profundidades, los arroyuelos nuevos de agua helada exponen aún de cuando en cuando restos de fauna prehistórica y materia orgánica podrida que atufa el ambiente y atrae a osos y a pequeños depredadores.
El antiquísimo permafrost del Batagaika había sobrevivido ya a eventos climáticos excepcionalmente cálidos. Incluso a temperaturas de hasta 5º más que los registrados durante los últimos 11.700 años, señala un informe reciente de un grupo de geocientíficos británicos, rusos y alemanes. Sin embargo, es muy sensible a las perturbaciones inducidas por el hombre, advierten los investigadores, liderados por Julian Murton, de la Universidad de Sussex.
Su deshielo y el fenómeno de desertificación del territorio está cambiando a pasos agigantados la sociedad, las infraestructuras y la estructura agrícola
Anna Kurbatova, profesora de Ecología de la Universidad RUDN.
El boquete de Batagaika fue un simple y canijo barranco sin nombre en las tierras altas del río Yana hasta que la tala de un bosque en la década de 1960 y la ausencia de sombra propició que se calentase el suelo y provocó el deshielo del permafrost justo debajo. El terreno se hundió. Los habitantes de los pueblos y aldeas cercanas lo llamaron entonces “el colapso del suelo”. Pero cuando empezó a ampliarse y a devorar más terreno, muchos pensaron que llegaría a ahogar incluso el pueblo de Batagai, y algunos bautizaron el cráter como “la puerta al inframundo”, el tercero de los universos, según la tradición y la religión sajá —uno de los grupos étnicos más numerosos de Siberia y mayoritario en la zona—, y en el que vive el diablo.
En ruso, el permafrost se llama poéticamente “suelo congelado eterno”. Pero no ha sido así. Su degradación se aprecia de forma cada vez más clara en el paisaje. Y no solo en el cráter Batagaika y otras depresiones causadas por el deterioro de esa capa helada. Las inundaciones provocan casi cada primavera importantes daños en innumerables y remotas aldeas. Y hace impracticable para el cultivo y el pasto ricos terrenos en los que antes había pueblos enteros y granjas de vacas o de caballos, acelerando los procesos migratorios y dejando el territorio, en el que moverse es una odisea, todavía más despoblado. En Rusia, sobre todo en Siberia, las tierras cultivables para la agricultura se han reducido a la mitad desde 1990 por la desaparición de las granjas estatales y el deterioro del terreno. En Churapcha, una ciudad conocida por su tradición de lucha libre sajá a unos 180 kilómetros de la capital regional, Yakutsk, la termoerosión es especialmente visible: ha abombado a ronchas prados enteros, que ahora parecen cubiertos de verrugas gigantes.
Allí mismo, hace casi dos décadas, en el subsuelo, una expedición arqueológica localizó varias tumbas y cadáveres congelados datadas alrededor del año 1714. Ocho años después, el hallazgo de fragmentos del ADN de la viruela en el tejido pulmonar de una de las momias alertó a los expertos de todo el mundo, que hablaron de la “aterradora” —aunque improbable— posibilidad de la reaparición así del virus mortal.
GRIETAS EN EL REINO DEL FRÍO
Hasta la década de 1980, Sajá-Yakutia, denominada también como “reino del frío”, no conoció los problemas del calentamiento global, recuerda el científico Alexander Fedorov en su despacho de Yakutsk, con las paredes cubiertas de libros y mapas de la región, que comprende el 20% del territorio de Rusia. Su equipo estudia y mapea los distintos tipos de permafrost y su comportamiento. Investigan sobre el terreno pero también en las profundidades de la cueva excavada en el suelo de permafrost debajo del Instituto Melnikov. Con casi 30 grados en la calle, la temperatura 12 metros bajo el edificio es de -8º. “Estos procesos de calentamiento son muy tangibles para nosotros, la tierra se irá degradando y aquí viviremos cada vez peor. Pero si no detenemos el deshielo del permafrost el impacto negativo no solo se sentirá en la región; será enorme en todo el planeta”, advierte el experto.
Kristina e Ivan Somaev no hacen pronósticos. Subsisten al día. O más bien invierno a invierno. La casa en la que viven la pareja y sus hijos, Denis y Vika, de 10 y cuatro años, es uno de los más de un millar de edificios de Yakutsk dañados por el clima y la pérdida del permafrost, según cifras del Ayuntamiento. En la capital de la región, donde viven unas 330.000 personas, la mayoría de las edificaciones están construidas sobre pilares. Pero aun así, la degradación del permafrost, el movimiento y los contrastes de temperatura entre los inviernos gélidos y los veranos cada vez más cálidos han agrietado muchas fachadas, carreteras y aceras. En casa de los Somaev, donde la mala construcción deja pasar el frío helador en invierno, las paredes zozobran. “La Administración insiste en que todo está bien, prometen que harán reparaciones, pero tras pequeños retoques las cosas siguen igual”, se lamenta Somaev.
El riesgo para las infraestructuras de que se derrita esa capa subterránea de terreno congelado no es pequeño. En junio del año pasado, provocó el derrumbe de un tanque de combustible diésel en Norilsk, que derramó fuel en una zona protegida. Fue el mayor vertido de la historia en el Ártico: 20.000 toneladas de diésel. Tras lo ocurrido, las llamadas de alerta de especialistas y ambientalistas y una insólita reprimenda del presidente ruso, Vladímir Putin, a la empresa responsable, la Fiscalía general rusa encargó un estudio de las infraestructuras estratégicas construidas sobre territorio de permafrost y por tanto vulnerables: desde puentes hasta depósitos de combustible o centrales eléctricas. Además de innumerables edificios de viviendas. Sin embargo, mitigar el daño provocado por la degradación del hielo en las infraestructuras rusas puede sumar más de 100.000 millones de dólares para 2050, calcula Dmitri Strelevskiy, de la Universidad George Washington, en un estudio.
Nariyana Romanova volvió hace poco a Yakutsk tras pasar una temporada viviendo en Moscú y viajando por el mundo. Ahora enseña inglés. Ama profundamente su región, pero le teme al futuro. “Tengo 27 años y me asusta que quizá mis hijos, y con toda probabilidad mis nietos, no encuentren las cosas como ahora”, se lamenta. Es pesimista. Y no es para menos cuando estos días Yakutsk se asemeja a una película distópica. La ciudad está envuelta en una nube ocre de humo tóxico, derivada de los salvajes incendios forestales que han devorado ya más de 1,6 millones de hectáreas de los densos bosques de taiga de la región.
En Yakutsk y otras partes de Sajá-Yakutia, la mayoría de los edificios se construyen sobre pilares, debido al permafrost.M.R.S.
El humo es tan denso que el aeropuerto suspendió durante un par de días los vuelos. Y las autoridades han advertido a la ciudadanía de que no salga de casa debido a la contaminación atmosférica: los análisis de satélite muestran que las partículas en suspensión en el aire PM2,5, tan diminutas que pueden penetrar en el torrente sanguíneo, han aumentado más allá de los 1.000 microgramos por metro cúbico en los últimos días, es decir, más de 40 veces la concentración recomendada por la Organización Mundial de la Salud. “El Gobierno y los burócratas no tienen previsión ni plan. Y mientras los fuegos no se acerquen a las ciudades se van a mantener impasibles”, dice Romanova, que critica las llamadas de alerta de las autoridades rusas sobre la emergencia climática como “insultantemente débiles”.
En Verjoyanks, a unos 75 kilómetros del cráter Batagaika, Ayal Vasilev ironiza con que debido al cambio climático pronto se podrán cultivar allí sandías e incluso plátanos. “Los veranos son cada vez más cálidos y algunos se alegran, porque nos vamos desacostumbrando al frío y los inviernos fríos se hacen duros; pero es peligroso”, reconoce el joven de 20 años, que ha regresado a su aldea natal desde Yakutsk, donde estudiaba Pedagogía, para echar una mano a su madre, Larissa Popova, que trata de montar una casa rural para turistas.
La meteoróloga Liubov PerfilievaM.R.S.
Aunque mantiene el estatus de ciudad, Verjoyansk, que una vez tuvo un pequeño aeropuerto, apenas cuenta ahora con un millar de vecinos. En el asentamiento, que compite con otro de la región por el título de Polo Frío (el lugar habitado más gélido del mundo), se registró una temperatura de -67,8ºC en 1885, comenta Liubov Perfilieva, técnica en su ya histórica estación meteorológica. El verano pasado batió otro récord; esta vez positivo: 38 tórridos grados. Los niños se lanzaron a chapotear en el lago y Perfilieva y la otra técnica de la estación se dispusieron, como hacen cada tres horas, a medir y anotar todas las variables en esa zona ártica; incluida la temperatura del permafrost. “Ahora a unos 10 metros se registran -8º”, dice la científica tras extraer la vara medidora de temperatura de un profundo agujero en el suelo.
Las cosas han cambiado muy rápido en toda la zona, abunda el alcalde de Verjoyansk, Dulustán Kapitonov. “El año pasado, en el caluroso verano aparecieron pájaros desconocidos, con colas parecidas a loros. Y un oso polar caminó por el distrito”, recuerda el regidor, de 29 años. De hecho, en los últimos 25 años, los ornitólogos han identificado en Sajá-Yakutia 48 especies no autóctonas y raras en la región, como patos reales o golondrinas. “Los dichos populares y ‘recetas’ de nuestros antepasados ya no funcionan”, advierte. A Natalia Lapteva, conservadora del museo de Verjoyansk, que expone huesos de mamuts y bisontes y también la historia de algunos de los represaliados enviados a la zona, los rápidos cambios le generan algo de ansiedad. “Está sucediendo en todo el mundo, pero a nosotros nos afecta especialmente”, afirma.
‘TESOROS’ EN EL PERMAFROST
Al derretirse, el permafrost también desvela vestigios de un pasado lejanísimo, el Pleistoceno. Mamuts congelados casi de una pieza, restos de bisontes, rinocerontes lanudos, leones cavernarios. Tesoros no solo para científicos de todo el mundo, que como Albert Protopopov, jefe del departamento de la Fauna Mamut de la Academia de Ciencias de Sajá-Yakutia, estudian su evolución. También para los cada vez más habituales cazadores de mamuts, que le sacan todo el jugo posible a la búsqueda de colmillos de marfil de estos animales extintos, que tienen un buen mercado sobre todo en China. Aunque estos mamíferos desaparecieron del continente siberiano hace unos 10.000 años, las autoridades de Sajá-Yakutia estiman que 500.000 toneladas de sus amarillentos colmillos todavía están enterradas en el suelo helado.
En una de las salas del departamento de investigación de la Academia, gigantescos huesos de mamuts, astas de reno y restos de rinoceronte lanudo se agolpan en las estanterías metálicas. Apenas queda un milímetro libre. Es como una cueva de tesoros paleontológicos para los científicos. Con grandes congeladores de los que el biólogo Protopopov extrae con cuidado a Esparta, una cachorra de león cavernario de hace 28.000 años. Con los ojitos cerrados, está tan bien conservada que parece un peluche sobre el mostrador del laboratorio. Fue hallada por cazadores de mamuts en 2018. No lejos de otro cachorro de león cavernario aún más antiguo, de 48.000 años, un macho al que se ha llamado Boris. “Las consecuencias del calentamiento global y la degradación del permafrost, además del hecho de que cada vez más personas buscan colmillos de mamuts, está dejándonos hallazgos de forma más frecuente”, abunda el científico. El estudio de la fauna de la edad de hielo es clave, remarca Protopopov: “No solo porque arroja cada vez más datos sobre los propios animales extintos, también porque está directamente relacionado con el cambio climático”.
La cachora de león cavernario Esparta de hace 28.000 años, en una de las instalaciones de la Academia de las Ciencias de Sajá-Yakutia.M.R.S.
Alrededor del 80% de las muestras únicas de animales del Pleistoceno y Holoceno con tejidos blandos conservados se han encontrado en Sajá-Yakutia. Entre ellos, describe orgulloso Serguéi Fedorov, director de exposiciones del Museo del Mamut de Yakutsk, una mamut hembra lanuda que había estado enterrada en el hielo durante unos 15.000 años —hasta que emergió por el deshielo del permafrost en 2012 y fue localizada por cazadores—, y que estaba tan bien conservada que incluso se pudo extraer una muestra de sangre y médula, según el informe de los investigadores. “Fue épico”, dice el científico, que participó en las pesquisas, “aunque estuve oliendo a mamut dos meses”, ríe.
Ese hallazgo, que atrajo a esa remota zona de Siberia a científicos de todo el planeta, y otros posteriores dieron mayor impulso a la secuenciación del genoma del mamut extinto y de otros animales, como los caballos originarios de Lena, también desaparecidos y de los que se han hallado ejemplares congelados con muy buena conservación. Pero también hace sobrevolar la idea de la clonación de estas especies. Fedorov cree que es aún demasiado pronto. Ve más probables los trabajos de “rediseño” del ADN del elefante asiático, el pariente evolutivo vivo más cercano, para que se asemeje al extinto mamut lanudo.
Al norte de Sajá-Yakutia, en Chersky, a orillas del río Kolimá, celebre por los oscuros Gulag soviéticos, el científico Serguéi Zimov y su hijo, Nikita, han creado una estación de investigación y han puesto en marcha un proyecto pionero para restaurar el ecosistema prehistórico. Quieren demostrar su hipótesis de que la presencia de grandes herbívoros en la tundra ártica ralentiza el deshielo del permafrost. Su experimento se llama Parque Pleistoceno, un área en la que han desplegado caballos y renos autóctonos, pero también otros animales como bueyes o yaks. Sostienen que su pisoteo compacta el suelo y lo mantiene congelado, una idea en la que abundan otros estudios, como uno de la Universidad de Yale publicado en Science en 2018. Y en ese paisaje, creen los Zimov, sentir de nuevo las pisadas de mamuts sería el colofón.
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